Una Taza De Café Hace El Día.

Es hasta ahora que comienza el día. Después de caminar, subir al metro, escaleras y elevadores, pasar puertas histéricas y entregar el alma en los carriles, dejarte tocar por quien quizá se solaza en tanto contacto a plenitud, dispuesto casi hasta el desnudo para transitar al lado ansiado….

Llegar a puertas enormes de maderas esculpidas, gruesas, olorosas a África o a Brasil, con picaportes más grandes que tu mano y que refulgen aún después de tantas manos sudadas, grasosas, nerviosas, temblorosas… para anunciarte con voz controlada, modulando y haciendo nada más que el gesto necesario para subir el tono de tu presencia… y estampar tu cuerpo en la butaca color bronce oscuro, que casi sabe a almizcle de hacienda vaquera y que más pareciera acariciarte en consuelo por la espera. Pero tu postura es enhiesta, gentil…  

Tomas la revista y catalogas que el cerebro de quien la coloca allí está vaciado… ¿Quien lee una “Hola” previo a jugarse el futuro ante quizá alguien que ya te tiene decidido?

Sales, la ruta es ahora diferente, más expedita y sencilla… bajas y ya no te subes al metro, caminas un poco y te cuelas en un café sencillo, donde dices, la mágica palabra que destella tu triunfo de todo eso recorrido: “Café, sí, uno expreso, sí”.

¡Comienza el día!